Carta de navidades para mi hijo ausente

Moshé Leher, cabeza

Hace un año, justo por estos días estabas aquí, en la que fue tu casa casi dos décadas; ocupaste tu habitación de siempre, esa donde apenas quedan cosas tuyas: tu teclado, tu cama, tu guitarra eléctrica, un par de fotografías en la mesilla, algunas de tus camisas colgadas en el armario… y poca cosa más.

Algunas noches en soledad pasó por allí y frente a la puerta abierta, anhelo inútil, pienso que estarás allí leyendo; algunas otras, mientras algo escribo, arriba, en mi estudio, pienso que tu viejo piano, el del salón, comenzará a sonar con melodías de Satie… Hace dos años pasados que te has marchado: en unos días se cumplirá un año de que no puedo verte.

Ahora recordaba ese día que, en el aeropuerto de la Ciudad de México, en tiempos hórridos de la pandemia, desde lejos te observé entregar tus formas migratorias y marchaste lejos de casa. Futuro, fue la palabra que se me vino a la cabeza y futuro vas construyendo conforme vas cosechando logros, vas formando ese carácter tuyo, tan sensible pero recio, que me hace prever que mucho lograrás con tu vida, lo que me llena el corazón de alegría, aunque lejos de aquí, muy lejos, lo que me lo oprime de tristeza.

Ya ese día no podía ser el padre más orgulloso del mundo… Y el más triste.

De vez en vez hablamos -lo hicimos ahora mismo: tu en tu piso de Chamberí cocinando sopa de setas; yo en casa, cocinando un estofado-, pues la tecnología de estos tiempos, lejos de aquella de cuando yo mismo era el hijo ausente, permite esas largas conferencias y la magia de verte, de saber cuál es tu semblante, si sonríes o no, de ver qué camisa llevas puesta.

A veces me cuentas de tus trabajos universitarios y me asombro de poder charlar contigo, con el que fue ese niño que escuchaba mis fábulas y cuentos, de Heidegger, de Adorno, de Steiner; de discutir con mi hijo, hace tan poco un niño que me acompañaba a todas partes, sobre mi gusto y tu disgusto por la instalación de la escultura de Richard Serra, en ese salón del Reina Sofía, donde no hace mucho yo me embobada con esa obra que a ti no te gusta del todo.

En fin, que esta es la primera Navidad que no pasamos juntos desde que la vida me obsequió en ti (no contigo), tu presencia, tu serenidad, tus secretas pero profundas inquietudes, tu gravedad, toda tu compañía.

Vuela, vuela lejos hijo, convierte al mundo entero en tu morada, te decía, y tú me escuchaste y muy pronto -según yo, pero aquí lo que yo piense no cuenta para nada-, tomaste lo elemental y te fuiste ligero de equipaje.

Mucho te pienso y más extraño cada día, a la vez que tanto me alegro y me colmo de orgullo al saber cómo día, con el corazón y la mente puestas a ello, vas consiguiendo lo que te propusiste tan claramente; te digo que en momentos la tristeza me mordisquea el pecho y me araña las entrañas, pero que saberte en el camino, con paso firme es mi consuelo.

Sabes que estas fiestas no me gustan, pero me gustan menos sabiendo que no me acompañarás a nuestra comida de tantos años, que no existe más la espera para verte en el asombro de una mañana del 25 viendo que eso que deseabas por navidades está a pie del árbol navideño, del que ya no adornará más esta casa, donde el único árbol que habita es este reseco cuerpo que, de vez en vez, asoma por tu habitación para ver si allí estás leyendo un libro de Orwell, o -mejor imagen-, inclinado sobre tu escritorio garabateando líneas, tu ilegible escritura de niño grave y genial, en tus viejos cuadernos ajados.

Pásala bien hijo, disfruta esa bendición que nos da la vida en calles desconocidas, en lugares extraños, en rostros nuevos de personas que la vida nos puso ajenas y luego nos regaló como nuevos afectos para nuestros corazones; sigue volando y, como te dije siempre: no cometas el terrible error de Eurídice que miró atrás y fue devuelta al Hades, o como aquella insensata mujer de Lot, que por virar el rostro para ver la que fue se casa quedó convertida en estatua de sal.

Desde aquí, añorándote sí, pero feliz de ver la estela que dibujas en ese vuelo tuyo que es tu vida, te abrazó con todo mi cariño.

¡Mazel Tov!

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