El aprendiz de dictador y las masas

Que AMLO lleva tres años desmontando el andamiaje democrático, que quiere concentrar todo el poder posible, que cuenta para su proyecto con parte de la cúpula militar y que es enemigo de rendir cuentas, ya no lo duda nadie, ni sus seguidores, pues los hombres de fe, y los entusiastas de la mal llamada 4T lo son, nunca dudan: creen.

Bastan los datos para demostrar que no hay materia de gobierno o indicadores económicos y sociales, donde no estemos sufriendo retrocesos: más pobres, más deuda, más desigualdad, más opacidad, más corrupción, pero los datos sobran allí donde todo lo llena la fe, la fe de los seguidores del presidente, que ayer fueron a manifestarle su adhesión en su concentración de masas celebrada en el Zócalo de la CDMX.

No es novedad que estos lentes carismáticos, que en general llevaron a sus pueblos a las ruinas, convoquen a masas extasiadas que les rinden adhesión, pues es consustancial a estas masas la necesidad de un líder elocuente, sin escrúpulos siempre y casi siempre convencido de su papel providencial, no que los dirija, como acertaba el sabio canadiense McLuhan, o como ya había previsto el filósofo español José Ortega y Gasset, sino que piense por ellos, que lo suyo es creer, fervientemente.

No está mal que en estas ocasiones, siempre peligrosas para las naciones que las padecen, como pasa ahora con México, recordar aquel filme de Lenni Riefenstalh “El triunfo de la voluntad”, que muestra a 700 mil almas en pleno delirio en el mitin del Partido Nazi en Nuremberg, en 1934; o aquella concentración de cientos de miles de italianos en Roma, en Mayo de 1936, cuando Mussolini proclamó la creación de una cosa que llamó ‘el Imperio Italiano’, porque estos líderes populistas y ruinosos no son novedad, aunque si que lo son en este país, que no se adhería con tantas fervor a un líder desde la época de los caudillos.

No lo fueron, novedad, en el pasado y no lo son ahora, donde las crisis globales y ahora la pandemia han encumbrado a sujetos que se pueden llamar Trump, Orban, Salvini, Bolsonaro o López Obrador, que sustentan sus tropelías justo en esa adhesión ácritica de sus fieles.

Desafortunadamente estas escenografías poderosas ya sabemos, si hacemos el sabio y necesario ejercicio de recordar el pasado, suelen terminar en tragedias, aunque quienes lo advierten suelen ser como aquella Casandra del cuento: condenada a poder ver el futuro, pero también a que nadie le haga caso.

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