La esfera de cristal

Una publicación original para el Heraldo de Aguascalientes

Por razones académicas, estoy más familiarizado con el asunto de Javier Milei que lo que me gustaría, igual que con otros casos de ‘outsiders’, populistas de derecha, de izquierda, de dulce y de manteca, que están poniendo en claro los alcances de la crisis de la democracia: Bolsonaro, Orban, LePen, el citado Milei, Boric, Trump et alii, incluido nuestro López –que entiendo que está reeditando su versión tropicosa del ‘Maximato’.

Me encuentro a Luis Cabrera, con quien comento –como acabo de hacerlo unas horas antes con mi hijo–, el resultado de la elección argentina; no me queda sino confesarle mi absoluta perplejidad respecto a lo que es ser peronista o radical y en general a las retorcidas filiaciones de la política argentina.

–¿Y no crees que el efecto Milei pueda…? –me pregunta.

Y le respondo que aunque he estado analizando el fenómeno del desprestigio de la política, la crisis de la democracia, la irrupción de las redes y etcétera en los procesos electorales, me declaro más del tipo Casandra, que del de Tiresias.

–Si supiera ver el futuro –le comento–, ya estaría viviendo de mis predicciones, y no aquí penando.

Como sea, a pesar de que este nuevo fenómeno –para el cual ya no nos alcanzan ni Ortega, ni Canetti, ni Popper–, lo traigo al dedillo, y que creo y postulo que hace falta releer a McLuhan (y creerle a Fukuyama, al último), me vale el viejo lugar común de De Maistre, de que los pueblos tienen a los gobiernos que se merecen.

Igual me vale lo que dijo Malraux, de que los pueblos tienen a los gobernantes que se les parecen, lo que me lleva, por asociación, a Borges que señalaba esperar que alguna vez los humanos nos mereceremos no tener gobierno alguno: sueños de un argentino, al fin.

Hace unas semanas, en una sobremesa, la charla degeneró, literalmente, a rumores y sospechas de chanchullos, diezmos y otras prácticas deplorables al uso, lo que llevó a uno de nosotros, uno que no es precisamente un simpatizante de esa cosa que se hace llamar 4T, a exclamar:

–Con razón gana MORENA.

Y es que, según veo a nuestros ínclitos opositores (una foto de ‘simpatizantes’ de Xóchitl locales, me muestra a una serie de famosos y lamentables ‘chapulines’), no les cayó el veinte, verbigracia un ex alcalde que un día fue priísta (y no de los mejores), para luego comenzar su travesía en el desierto por todo el abanico partidista, donde sigue medrando, ahora como ‘amigo’ de la señora Gálvez.

¿Por qué ganó Milei? Tengo poco espacio para explicar un asunto tan complejo, pero me basto con señalar que el señor Massa representa todo lo que la política argentina tiene de pestilente; ya se enterarán los argentinos –y espero que mis predicciones fallen, de corazón–, lo que es usar raticida para acabar con una plaga.

Hace unos días, en una reunión, un rostro conocido me saludó; ya después supe quién era: uno de aquellos bribones que se sirvieron con el cucharón y que anduvo lo suyo a salto de mata, por aquello de las órdenes de búsqueda y captura.

Hoy le volví a ver, en un supermercado, le saludé y su aristocrática mirada me atravesó, confirmándome que mi ser está perdiendo corporeidad, como aquel hombre invisible de Ralph Ellison; cuando salía del lugar, en mi mínimo vehículo de ocasión –que sirve igual que cualquier otro–, lo vi alejarse en su europeo último modelo, al parecer ya librado de sus asuntos judiciales.

Por allí es que hay que comenzar a desmadejar la madeja de por qué los populistas –que acabarán haciendo estropicios mucho peores, cuando no los perpetran ya, lamentablemente–, están dándonos escenas como las de anoche en Buenos Aires, mi Buenos Aires querido.

De los que andan cacareando su indignación por lo de Milei en redes, poco vale decir, salvo que son de los que piden que se haga la voluntad del señor, en el rancho del vecino.

Agur.

@AgustínLascazas: Facebook, Instagram.

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