El soponcio (dos)

Una publicación original para el Heraldo de Aguascalientes

Justo desde donde me quedé.

Comida sabatina con amigos, dos o tres tragos y a casa temprano. Tan temprano que apenas pasadas las diez me fui a cama, y no tardé en quedar en estado casi comatoso.

A las cuatro de la mañana, según vi en el reloj despertador, estaba sentado al borde de la cama: había dormido ya casi seis horas, que es lo que suelo dormir. Encendí un cigarrillo, bajé a la cocina a beber agua y reparé en que faltaba mucho para el amanecer; siempre que me pasa algo similar, me viene a la cabeza un dicho, que no sé dónde escuché, ni a razón de qué recuerdo: el Sol no madruga para ver el amanecer. La verdad no entiendo del todo qué puede significar.

Me volví a la cama y, casi milagrosamente, me volví a dormir un poco después, para despertar casi a las siete, lo que significaba, una extrañeza, un sueño de casi ocho horas.

De nuevo el ritual: encendí la televisión para ver los titulares del Telediario de la TVE, me prendí un cigarrillo y bajé de nuevo a beber agua: no, mejor que eso, a beber agua y a servirme un vaso, pues de repente tenía una sed abrasadora.

Ahí fue donde sucedió todo.

Siguiendo una ancestral costumbre, de casa de mis abuelos Emilio y Mercedes, tengo siempre una jarra con agua helada en la nevera, de la que me sirvo en tragos largos cada mañana, haga el clima que haga. Saciada la sed, pero con un vaso adicional de agua traté de ganar las escaleras. Allí sucedió todo.

Un extraño malestar general, como si me corriera mercurio helado me recorrió las venas, para luego convertirse en un caudal de lava ardiendo en mi interior…

Claro que digo todo esto en sentido figurado: jamás en la vida he sabido cómo se siente el mercurio helado en mis venas, ni tampoco he sentido de la lava, basalto ardiente que sólo he visto en documentales de la televisión y en alguna película sobre la erupción del Krakatoa.

Fue un malestar difuso, pero intenso. Desconocido. Al pie de las escaleras, donde dejé el vaso tambaleante, me fallaron las fuerzas y terminé echado en el suelo, según entiendo en posición decúbito prono, sintiendo que ya no podría levantarme jamás, y sabiendo que me era imposible intentar alcanzar mi habitación, al final de las escaleras.

Ahora, sentado tan tranquilo, escribiendo, con un café a lado, me sugiero escenas mentales que seguro nunca pasaron por mi cabeza; pues el malestar me impidió, salvo la sorpresa, pensar ni en la posibilidad de un infarto, ni en nada más. No, no me pasó mi vida por los ojos en unos segundos y, cuando el vagido, o lo que fuera –lo ignoro–, cedió un poco lo único en que reparé en que esto de estar solo tiene sus inconvenientes, en circunstancias como estas.

Allí me quedé tirado largos minutos, hasta que me pude incorporar y, tambaleante, alcancé, preso de una súbita náusea, mi habitación.

Allí sentí que me estallaba la cabeza y el calor me puso a sudar como si acabara de correr un maratón (una salvajada que nunca he hecho, ni planeo hacer); otras vez presa del malestar, chorreando de manera inédita, atiné a sentarme en el bordillo de una bañera, donde, esta vez sí, pensé en que aquello ni era normal, ni era inocuo; fue cuando, pensando que allí iba a quedar frito, y que pasarían días, semanas (¿meses?), hasta que alguien notara mi ausencia.

Sude lo mío, recobré el aliento y me despojé del pijama, empapado; alcancé mi cama, presa de escalofríos y –¿qué creen?–, me quedé otras dos horas al borde de la catatonia.

¿Y luego? Pues como a las nueve me desperté como si nada, salí de un salto de la cama, me bebí un par de cafés y me marché, tan campante, a andar en bicicleta por un par de horas.

Fin de la historia.

Por razones personales y profundas, de las que les cuento luego, pero que tienen que ver con los sucesos en la Palestina bíblica, meto en una caja a Moshé Leher y me alejo del judaísmo (sin que ello merme mi afecto al pueblo judío y a su cultura), y sacó del cajón a Lascazas, que nunca se quiso marchar del todo y que hoy escribe y firma esto.

Y ya estoy también en Facebook: @Agustín Lascazas.

Deja un comentario