
Una publicación original para el Heraldo de Aguascalientes
No voy a entrar en polémicas, no por este asunto.
Ya el año pasado me llamó la atención, un día que me dirigía a la plaza de toros (lo más cerca que puedo estar de los festejos en curso), ver las enormes filas que había para entrar a los espectáculos gratuitos que se hacen en la velaría que está allí junto al coso.
Cuando yo digo que ni regalado, no miento. Hay espectáculos y eventos a los que no asistiría bajo ninguna circunstancia. Salvo las corridas y algún juego de futbol (sin tilde, por Yahvé), o de beisbol (también sin acento, por el Sohar), cualquier lugar donde se reúnan más de una veintena de personas me resulta insoportable. La pura idea de irme a meter en medio de una multitud, me causa ansiedad y me descompone el cuerpo.
Tendrían que resucitar Lenin y Harrison, y reunirse los Beatles, como para que se me antojara, siquiera un poco, acudir a un concierto masivo.
Por lo demás, como quien oye las campanas de misa: los que gustan de esos eventos, pues tan contentos; yo me limito a no pararme allí donde nada se me ha perdido, y nada se me perdió en el mentado concierto del señor Stewart.
No deja de llamarme la atención esta no tan nueva costumbre, aunque más usada de un tiempo a la fecha, de magnificar la oferta de circo gratuito para el pueblo; en ese tenor, lo mismo da que la gente de la autodenominada 4T lleve a la bazofia esa del Grupo Firme al Zócalo, para tener narcotizado al personal, que ofrecer la venida de personajes como el cantante británico. Parece que la gente, con tal de sentir que le están regalando algo (y en este mundo nadie regala nada, menos los gobiernos), es capaz de ir hoy a ver a Stewart y mañana a Maluma.
Por lo demás siento mejor, a pesar de los pesares, que traigan a estos eventos a un cantante, o una banda, por muy rascuache que sea, que organizar espectáculos a la romana, con tigres devorando cristianos o gladiadores sacándose las tripas con una espada.
Hace unos años, bastantes, anduve unos días siguiendo la Tour de Francia por la frontera pirenaica: Perpignan, Andorra, Po… En Andorra pude estar en la zona de meta, donde subimos una mañana, en góndolas de las que se usan en las estaciones de ski; allí, a la espera de que los corredores llegaran, lo que pasaría varias horas después (unos altavoces reproducían el estado de la carrera, en francés: yo no entendí media palabra), los que estábamos allá arriba nos entreteníamos papando moscas. Qué más.
De vez en vez pasaba un vehículo de alguno de los equipos regalando chucherías: una gorra de tela barata con el logo de la Tour, un llavero, un pañuelo impreso, un colgante con el emblema de Cofidis, de Astana, de Bonoloto, de Credite Lyonnaise: puras baratijas, que nos lanzaban desde caravanas o autos descapotables.
La gente se tiraba al suelo y se empujaba para hacerse de una de esas bagatelas, como si fuéramos una tribu en medio de la hambruna y ellos nos lanzaran botellines de agua o trozos de pan; a mi me cayó a los pies una gorra de no sé qué equipo, la tomé y la perdí poco tiempo después, sin ninguna pena.
Pero, meditaba, la gente en general siente no se qué emoción atávica cuando piensa que le están regalando.
Ayer mismo, en la plaza, al entrar, una jovencita me regaló -a mí y a todos los que entrábamos-, un pañuelo blanco, impreso con algo sobre una vinícola, una cuyos vinos no piensa probar jamás; más adelante otra mujer, llevaba una bandeja con pequeños vasos de plástico con muestras de dicho caldo, que rechacé con una inclinación de cabeza y de la manera más educada que pude. Si fuera Vega Sicilia…
En fin que cuando, al llegar a la (infumable) corrida de ayer, vi otra vez la cola y vi allí personas, por cuya pinta jamás pensé no que les podría gustar Rod Stewart, sino que siquiera supieran qué tal señor existía.
A mí que me gustó en su día el Jeff Beck Group, y menos Faces, tampoco es que me ilusionara mucho, poco, o mejor nada, irle a ver, aunque al amanecer hoy, las redes indicaban que allí había estado todo mundo, incluso personas que yo conozco y que lo que escuchan son narcocorridos o música guapachosa.
Pero había que estar allí, al parecer, so pena de ser excluido del Who is who, o de plano padecer la muerte civil, que es donde yo debo estar ahora -y me parece que desde hace mucho.
Luego está lo de la zona VIP, pues popular y toda la cosa, hasta para los eventos de esta naturaleza hay categorías, según veo.
También está lo de ser o no cercano de alguno de los patriarcas del Patronato, aunque es otro asunto de los que no voy a decir ni media palabra.
Ya adelantaba yo, al principio de estas líneas, que no iba a polemizar por este asunto, y la mejor manera de no hacerlo, es guardándome mis opiniones para mi consumo personal.
¡Shalom! Y después gloria.
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