NOS ESTÁN QUEMANDO LA ALDEA…

Por Francisco Javier García Zapata.

Francisco Javier García Zapata, Comentarista.

*Tomar lecciones de ética y sustentar exámenes rigurosos
debiera ser exigible para aspirantes a conductores

En fechas recientes se han registrado numerosas y lamentables pérdidas de vidas jóvenes en sendos percances viales ocurridos en diversos puntos de la ciudad. Por lo que puede observarse, han sido causados fundamentalmente por la falta de respeto y consideración, no a los ordanamientos viales sino a la vida propia y ajena.

Ese desdén, y por supuesto fata de amor por la vida, se expresa en un descuidado manejo, que frecuentemente se mezcla con el desmesurado consumo de alcohol. Ciertamente la inexperiencia personal y hasta el deficiente trazo de los pasos a desnivel también son factores que inciden.

Por supuesto que cabe una parte de (falta de) responsabilidad en toda la comunidad, que mira con indiferencia la problemática social. Y es que, según reza un refrán africano, “el niño que no sea abrazado por su tribu, cuando sea adulto quemará la aldea para poder sentir su calor”. Y parece que los muchachos nos están quemando la aldea, de una u otra formas y con ellos adentro, mientras permanecemos recostados en la abulia. Por cierto que el abrazo debe ser también de guía y contención, no de apapacho convenenciero.

Ignoro si los conductores protagonistas de estos incidentes contaban con la debida licencia de manejo, y este punto, que pudiera parecer irrelevante, es sobre el que quiero centrar mi comentario.

¿Cuántos de los millares de conductores que se desplazan día a día por nuestras calles contarán con el respectivo documento que certifique sus conocimientos y los autorice para el manejo de un automotor? ¿Cuántos de los que cuentan con licencia también cuentan con la pericia suficiente? ¿Cuántos de los que tienen la licencia y pericia necesarias tienen igualmente principios éticos, valores humanos?

Por estos días una persona conocida mía acudió a renovar su licencia; puesto que hacía buen tiempo que el documento había perdido vigencia, el solicitante tuvo que someterse al correspondiente examen teórico. Lector contumaz, tardó apenas unos tres minutos (“no, menos; cinco”, diría el clásico) en leer, y otros cuatro en responder las veinte preguntas de que consta el cuestionario, preguntas que son muy básicas y de respuesta inducida más que de opción múltiple, para cuyo entendimiento y resolución se requiere apenas un ápice de sentido común.

Para no enredarnos en disquisiciones en torno a la ética, podriamos atenernos a la conclusión que propone el español Fernando Savater, quien afirma: “Después de tantos años estudiando la ética, he llegado a la conclusión de que toda ella se resume en tres virtudes: coraje para vivir, generosidad para convivir y prudencia para sobrevivir”.

Tales virtudes parecen estar ausentes casi de manera total en la vida de hoy; ya no digamos la de los jóvenes, sino de incontables adultos que lo único que han acumulado son años, arrugas, dolencias y amarguras, y siguen pensando que, así como “la moral es un árbol que da moras” (diría el cacique potosino Gonzalo N. Santos), la ética es “una señora fifí pasada de moda”, o “una perrita panzona por desnutrición”.

Porque parecen entender que “coraje para vivir” significa andar “faroleando” con la música a todo volumen y el auto a toda velocidad; creen que es asumir conductas suicidas y homicidas tras el volante al ritmo de violentas canciones; suponen que significa meterse litros de alcohol por lo menos. Y todo ello casi siempre para eludir la realidad.
El “coraje para vivir” significa exactamente lo opuesto: asumir la existencia con sus desafíos, con sus éxitos e incluso con el aparente sinsentido con que a veces nos confronta.

La “generosidad para convivir” queda reducida hoy a malgastar el tiempo en las redes sociales con desconocidos a quienes ni siquiera les importan, emocionan o conmueven nuestros anhelos, triunfos y pesares. No se convive ni con la familia sino con las pantallas.

“Prudencia para vivir” les suena a nombre de artista del siglo pasado, cuando no a cobardía, lo cual va a contrasentido de su ser temerario (no precisamente del grupo musical oriundo de Fresnillo).

Con que se exigiera a los aspirantes a conductor el aprender, entender, digerir y apropiarse al menos de esos tres conceptos, seguramente daríamos un paso para evitar percances de altos costos humanos y económicos. Recuérdese cuántos y cuánto seguimos pagando por la imprudencia –para decirlo con decencia– del chafirete que se le atravesó al tren en al Fraccionamiento México hace algunas semanas.

En suma, que las licencias de manejo no sigan expidiéndose casi a ojos cerrados como se surten las tortillas, sino que haya una acuciosa valoración de aptitudes, hasta sicológica cabría, pues a fin de cuentas un vehículo –sea bicicleta, moto (tema aparte!), auto o camión– es un arma mortal, como se ve cada día.

A la par, es importante llevar a cabo una revisión profunda, permanente y amplia en el tema de las licencias, a riesgo de que los eternos inconformes acusen ánimos recaudatorios; y, bueno, además, extremar la aplicación del alcoholímetro y revisar que los conductores no vean al celular en lugar del camino, y que los pasajeros se coloquen el cinturón de seguridad.

Lo deseable, claro está, es que la ética permee toda nuestra vida. Y esta parte, la del transporte vehicular, es muy importante del día a día.

Como bien apunta Marta Postigo, profesora de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Málaga: “El estudio de la ética permite reflexionar críticamente sobre qué debemos hacer y cómo debemos vivir, ayudándonos a comprender la relevancia que tiene el cultivo y desarrollo de las virtudes cívicas y morales para alcanzar una vida buena y aspirar a la excelencia humana”.

En éste, como en otros temas, no hay esfuerzo pequeño ni estéril.

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