
Una publicación original para el Heraldo de Aguascalientes
Yo no soy muy partidario de la familia. Por razones que no vienen a cuento y porque es cierto que cada cual habla de la familia según le vaya en ella…
Hace ya tiempo que mi hijo de marchó a seguir su camino, y que su madre y yo tomamos cada cual su rumbo, de la manera más amistosa y civilizada. No mentí cuando, al despedirnos, dije que, siendo la madre de mi hijo (y la mejor que pudo tener), siempre seríamos familia. Por lo demás me unen a ella el cariño, la gratitud y una amistad que atesoro.
Por lo demás soy una persona solitaria, poco dada a los lazos. A esos que se nos imponen por consanguineidad o por convenciones, que creo absurdas, lo soy menos, mucho menos.
De común soy medio misántropo. Para escribirlo mal y pronto, no es que sienta aversión a la gente, pero tampoco me voy a poner a cantar bobadas del tipo ‘Viva la gente..’; tampoco soy antisocial y puedo, sin problemas, relacionarme con los demás. Lo qué pasa es que me apetece poco y según en qué condiciones y a qué horas.
Yo un día normal, me despierto, ahora me voy a la radio, convivo allí perfectamente -y con agrado-, con mis nuevos compañeros de la estación, con los de otros programas, con algún invitado qué pasa por allí, y con mis contertulios; luego, si tengo alguna gestión voy y la hago; si no, pues me marcho al gimnasio y allí charlo con gusto con aquellos habituales, entre los qué hay siempre algún amigo.
Hay quien puede dar constancia que yo en eso de dar palique, soy hasta locuaz.
De vez en vez paso a ver a mi madre, y alguna vez me reúno con mi hermana y con Román; también con ellos suelo pasar un buen rato.
Por lo regular llego a casa antes del mediodía y se acabó cualquier contacto humano: como, hago la siesta, escribo un poco, tomo un libro y salgo al jardín a leerlo mientras paseo; alguna vez salgo a la calle, siempre dentro del coto donde vivo, a dar unos pasos, ver las primeras estrellas y fumarme un cigarrillo. Así paso las largas tardes en silencio y en solitario, metido como estoy en mis pensamientos, mis anhelos y mis preocupaciones.
Ahora, por poco menos de dos semanas, mi hijo me ha regalado con una siempre breve visita, aprovechando sus pequeñas vacaciones de Semana Mayor; en la víspera y ante lo breve de su visita, le propuse a su madre, mi ex mujer favorita (con licencia de RR), que se viniera a casa, para aprovechar ambos la muy corta estancia de mi hijo.
Y estos días, así las cosas, esta casa tan silenciosa, recobró la ya ida vida de una pequeña familia bien avenida; ya hace mucho que no me acostaba sabiendo que los ruidos de la planta baja son de mi familia. El trajín nocturno de quien va por agua; un carraspeo de madrugada; el agua de un váter que corre en algún paraje del sueño. En otras circunstancias esos ruidos me sobresaltarían, pues anunciarían la presencia de un ratero nocturno.
Luego el familiar desorden; la nevera llena de comida, la leche que yo nunca bebo; libros que el hijo va dejando a medio abrir en la terraza, en el pequeño salón de la biblioteca; su piano, que nadie toca, con la tapa abierta; su sombrero negro lanzado en cualquier parte.
Hoy, como cuando era pequeño, entré a su habitación a besarle la frente y marcharme a mis cosas. Mañana, su habitación estará de nueva vacía y por las tardes se apagarán los ruidos de una rutina que no es sino un recuerdo, uno de tiempos ya lejanos.
Me consuela, en mi pesar, saberlo empeñado en sus sueños, como yo lo estuve en los míos… Daría lo que no tengo por prolongar esos encuentros que, aquí o allá, nos da de vez en vez la vida, pero me resisto al deseo de seguir esas charlas, se sentir la alegría de saberte por aquí, porque yo mismo le dije, cuando pequeño, que el mundo era ancho y era tuyo. Que quien vuelve la vista y pierde de vista los empeños, el mañana, al girar la vista se puede encontrar que estos se han esfumado. El viejo cuento de la estatua de sal.
En fin que con esta pena dentro, la de verle partir de nuevo, siento el enorme gusto de saber que los hay en este mundo, que iluminados por su estrella, se empeñan, vuelan, ignoran que en el mundo hay distancias, límites, barreras, y persiguen su futuro, y se saben aquí para que el mundo sea un lugar un poco mejor, más vivible.
Aquí se queda el eco apagado de la música del piano, alguna risa, el corcho de ese vino que bebimos charlando de… de cualquier cosa.
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