El que no está conmigo…

Poco a poco crece el número de personajes de la prensa que van pasando a la larga lista de enemigos del presidente, pues en sus delirios mesiánicos AMLO hizo suya la frase de “quien no está conmigo, está contra mí”, y conforme avanza su sexenio y crece la alarma por el avance de su programa de restauración del presidencialismo autoritario, para muchos informadores les resulta ya seguir manteniendo el apoyo que le dispensaron en su larga, larguísima, carrera como opositor que se vestía de integridad buscando la presidencia.

Como sea que su popularidad sigue siendo alta entre una mayoría poco ilustrada en temas de democracia, que confirma que el presidente es un síntoma y no una causa del deterioro de la calidad democrática y la vida pública, y que se siente avalado por la que considera una causa justa entre las justas, las críticas a su persona suele encajarlas mejor que cuando, por el contrario, las censuras van a su entorno familiar o cuando los suyos son pillados en un escándalo de corrupción.

En la víspera la revista Proceso, que tanto apoyó su lucha de antes, cuando se pintaba como el demócrata que no es, publicó una durísima edición, la que comenzó a circular este domingo, donde ya en la portada lo retrataba con su talante autoritario, amparado no en los logros de su gobierno, todos en el sentido de la destrucción, sino en su popularidad, justamente con la leyenda de “Yo, el popular”, a lo que seguían reportajes que lo retratan como un presidente que acumula compulsivamente el poder en su persona, que siente que no tiene que rendir cuentas y que, peligrosamente está cediendo parcelas de poder a la cúpula militar.

Pero fueron las pruebas contra sus hijos mayores, las que lo hicieron estallar este lunes contra la revista, referente del periodismo de investigación y de la postura contraestataria, y contra Carmen Aristegui, contra quien fue particularmente ofensivo y a la que de plano ya ubicó en el ‘hampa del periodismo’ y como parte del ‘frente conservador’.

No es mentira que los insultos y las descalificaciones suelen retratar al que las profiere, de tal manera que poco hay que decir de la actitud del mandatario, elocuente por sí misma, ni de su luciferina tentación de pensar y de creerse que tiene siempre la razón y que los hechos valen menos que sus palabras, que no hará sino seguir engrosando la lista de sus enemigos.

No está de más anotar que no es el único político mexicano que piensa, cada cual en su metro cuadrado de poder, que la prensa nació para la alabanza y no para la crítica y que cuando los informadores hacen su trabajo los están afrontando, pues aquí mismo los hay que piensan que indagar e informar de actos donde se presume corrupción es una forma de deslealtad, cuando, como dijo George Orwell, el periodista no tiene otra misión y otro deber que hacer público lo que los poderosos quieren que permanezca en secreto.

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