
Una publicación original para el Heraldo de Aguascalientes.
Frío, caliente, tibio
¿Con melón o con sandía?
Hace muchos años, en el taller del ya fallecido Daniel Sada, hubo un pequeño debate sobre si los participantes, una docena de escritores de Querétaro, Guadalajara, creo que de San Luis, y unos pocos de aquí, eran más de perros o de gatos; los había que preferían, diría Unamuno, a los hunos y a los otros; yo que nunca he sido precisamente amante de los animales (los que me gustan son las vacas, las cabras, los corderos, bien cocinados, en salsa y preferentemente asados), escuchaba la discusión sobre la primacía de los caninos sobre los félidos, y visceversa.
Cuando me tocó responder, dije, sin pensarlo:
-¿Yo? Pues yo soy más de mezcal, aunque tampoco le hago el feo a un tequila, o a un whisky.
Conté la vez que un criador de perros para jauría, amigo mío, me ofreció regalarme un beagle, luego de enumerarme sus virtudes: son listos, nobles, para ser perros, independientes…
Cuando se enteró, mi comadre Clara Müller dijo que era mala idea y se ofreció a regalarme un gato; también hizo una lista de las ventajas que, según ella como amante de los gatos, tenían esos depredadores enanos, pero letales, sobre los perros: apenas necesitaban cuidados, eran solitarios, relativamente limpios, ideales para irresponsables como yo.
Medió en la discusión la mujer con la que salía entonces: ¿Tú?, dijo, qué vas a cuidar un perro, o un gato, si no sabes ni cuidarte a ti mismo, tras lo cual me regaló, como sucedáneo de una mascota para irresponsables, una pequeña biznaga en una maceta de barro; es un ser vivo, pero cuidados necesita casi ninguno: no necesita una casa, no hay que sacarlo a pasear, no hay que castrarlo, no hay que vacunarlo, no necesita arena… Lo único que debes hacer es regarla, escúchame bien, dijo de forma perentoria, un poco de agua, un cuarto de vaso y así, una vez al año.
Mi amigo criador de perros se ofendió conmigo y me retiró el habla; mi comadre, que tuvo que quedarse con el gato, se desquitó poniéndole mi nombre al bicho y la mujer aquella, ya de por sí tormentosa, me dejó cuando, al cabo de los meses la biznaga se quedó seca, por falta de los cuidados elementales que necesitaba.
Es por eso que suelo decir, con toda razón y ahora sí que literalmente, que sé lo que es no tener perro que me ladre.
Ahora, como pasa cuando, dos veces al año pasamos de las estaciones cálidas a las heladas, o de las gélidas a calurosas, cosa que suele pasar en marzo y en diciembre, aunque ahora se nos adelantó el frío, otra vez parece que se tratara de siempre tomar partido, pues entre los amantes de los perros y los gatos, los adoradores de AMLO y los fifís conservadores, los indigenistas o los eurófilos, los de izquierda y de derecha (ya nadie sabe bien de qué lado está en esta dicotomía, pues hasta creemos que el populista de derechas que nos gobierna es un hombre de izquierda, y creo que ni zurdo es), hay que elegir ahora si uno es de frío o de calor.
Los acalorados debates incluyen que si el frío se quita tapándose, que si el calor permite ir por casa en mangas de camisa (o en calzoncillos si uno es de costumbres liberales), que si hay que fumigar por las arañas, que lo que cuesta encender los calentadores, o los aparatos de enfriar el ambiente, lo que no deja de ser una tontería, pues el clima es lo que es y sólo los millonarios pueden pasar el invierno en Playa del Carmen y el verano en las Rocallosas, o donde les venga en gana.
Yo, no obstante, debo declarar que en este tema sí que me pronunciaré, pues a mí entre las mañanas frías, las viviendas heladas como un congelador y los días cortos, prefiero el calor, aunque llegada la primavera ya tendré tiempo de lamentarme de las noches en vela, los mosquitos, aunque definitivamente, yo que soy friolento de naturaleza, me alineo con las iguanas, las lagartijas, los sapos y demás bichos de sangre fría, ya contando las semanas que faltan para que se termine esta tortura, lo que más a menos comienza arreglarse justo después del Super Tazón y debe estar ya en remisión para los días de San José, ya en marzo.
Por lo pronto a preparar la Janucá, que este año viene adelantada para el 28 de noviembre, y que tiene la ventaja sobre las navidades, entre otras muchas, con perdón otra vez, de que dura nueve días y no me obliga ni a cantar tonterías como la del niño del tambor o los peces en el río, ni a gastarme el aguinaldo que no voy a cobrar en regalos que de igual manera no le iban a gustar a nadie.
¡Shalom!
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